Durante siglos, antes de la invención de la imprenta, las bibliotecas se nutrieron de copias manuales realizadas por frailes y monjas que dedicaron innumerables horas a copiar; a nada más que a replicar las palabras de otros para que pudieran ser recordadas y transmitidas en el presente y en el futuro. No era concebible la idea del conocimiento sin la idea y el oficio de la copia.

Y siglos después, aún existiendo ya la imprenta, la práctica de copiar se conservó en algunos contextos. Ya no por su utilidad para la difusión del conocimiento (ya no era necesaria), sino, quizás, porque el paso de la mano sobre un lienzo o un papel daba a la imagen configurada por el texto un aura que aquellas palabras impresas en grandes cantidades, no poseían.

He construido un scriptorium itinerante para copiar nuestra resumpta. Un scriptorium que es también confesionario, conversacionario y tertuliario. Una resumpta que es también un collage, un montaje, un coro de voces que susurran juntas las preguntas que ocupan los cuerpos que atraviesan apurados estos pasillos persiguiendo respuestas. Quiero construir un tiempo y un espacio para copiar y, copiando, quiero que despleguemos juntas esa tela inmensa de preguntas pequeñas que siguen siendo, a pesar de copias, a pesar de incertidumbres, conocimientos.